La interculturalidad: el respeto a la diversidad
Marcelino Hernández Beatriz
Es muy probable que mis comentarios que voy a hacer no todos estén de acuerdo conmigo, pero dejaré mis reflexiones para que sean consideradas como puntos a discusión en el futuro, ya que tratar el tema de la interculturalidad es un asunto todavía muy árido, aunque todo el mundo habla de ella, pero poco se ve concretada en la vida cotidiana de los habitantes de cualquier territorio; incluido el nuestro. Todos, de alguna manera, nos apropiamos del concepto y tratamos de comprenderlo, pero hay muchas dudas, inquietudes, falta de claridad; incertidumbre en el cómo actuar y qué rol jugar en todo esto.
Para poder hablar de la interculturalidad es necesario primero definir qué es cultura y qué es la identidad, ambas son partes inherentes de la misma. Después abordaré el asunto propiamente de la interculturalidad.
La cultura, desde la definición más filosófica, se dice que: “es el conjunto de los modos de vivir y de pensar cultivados, civilizados, pulimentados a los que se suele dar el nombre también como civilización"[1].
Luego entonces la cultura es un resultado de las acciones del mismo ser humano y que se da a través de las relaciones individuales, colectivas, grupales y, también con el medio natural. Con esta relación se va formando una concepción de la vida y de pensamiento que caracterizará al colectivo, a la comunidad, al pueblo o nación. Los integrantes del colectivo se apropian y transmiten este modo de pensar y de vivir a las futuras generaciones; aunque, hasta ahora parece ser que se trasmite sólo desde la forma natural, como algo innata, y en todo los tipos de sociedad. Es decir, no se enseña la cultura-identidad directamente como puede suceder en un espacio escolar. Esta cultura del colectivo y demostrado como identidad en lo individual; aun viviendo en una localidad, por cuestiones naturales, sociales, culturales, religiosos, etc., nunca, todos los integrantes, ven lo mismo, ni de la misma manera: no todos conciben igual la vida y; por lo tanto, no piensan ni actúan de igual forma. Aquí se aplica el dicho de que “cada cabeza es un mundo”.
Así que, tal vez, la cultura la distinguimos como algo más arraigada en las localidades, comunidades y pueblos. Tal vez cuando hablamos de cultura, refiriéndonos a nuestro país, visualizamos y nos acercamos más hacia los pueblos indígenas ya que de alguna forma es donde todavía se puede apreciar con mayor claridad. Por ejemplo, los pueblos nahuas, no piensan ni actúan igual que los tenek o pames. Cada cultura indígena tiene su propia lengua, sus costumbres, formas de ver el mundo: su cosmovisión, sus creencias, su vestuario, su gastronomía, sus fiestas, tradiciones, sus rituales, su relación con la naturaleza, etc. De tal forma; yo, como miembro de una comunidad indígena, me transmiten, me apropio de la forma particular de pensar y de vivir: lo hago mío, me siento parte de esta cultura y, es además, mi identidad y mi origen. Abordaré un poco más adelante, con más detalle, esta cuestión de la identidad.
México, es pues, un país multicultural, porque en su territorio habitan varios pueblos, etnias, (culturas) con distintas formas de vivir y de pensar. Si habláramos sólo de las culturas indígenas estaríamos hablando de por lo menos sesenta y ocho, que son las lenguas originarias, pero al interior de cada una de las sesenta y ocho lenguas hay variantes dialectales y que, cada pueblo, también defienden sus particularidades. Pero en nuestro país resulta que los indígenas ya no sólo están en un territorio, en su lugar de origen, ya se encuentran en cualquier parte del país o en el extranjero y, en nuestro país también hay extranjeros de distintas nacionalidades; entonces, lo importante en este asunto, es que las culturas (individuos, colectivos, grupos) no son estables territorialmente hablando, hay mucha movilización y aún más en la época actual, así que, es aquí donde podemos hablar de un contacto de las distintas culturas, pero con este contacto, relación no es precisamente que se esté dando una interculturalidad. Lo abordaré más adelante. Antes quiero compartirles la cuestión de la identidad, que es como un sello de la cultura que uno porta o debería portar a lo largo de su viaje por esta vida o por el mundo: saber quién soy, de dónde vengo, sentir orgullo de mi familia y de mi país.
Pero, ¿cómo conservar una identidad “pura” cuando las culturas son movibles, los individuos o grupos se mueven de un lugar a otro, dentro del municipio, del estado, del país y fuera del país? Esta movilización provoca, de manera drástica en los individuos, una alteración de la cultura-identidad, su cultura de origen choca con el medio de su nuevo hábitat. En el lugar de origen, por lo menos se siente uno parte de la localidad y partícipe en las actividades propias de la cultura del pueblo.
He aquí otra pregunta ¿Qué hacer con la cultura e identidad de origen cuando ya se vive en un lugar distinto?
Esta pregunta no es fácil de responder ya que la identidad y la cultura en un mundo tan diverso, tan multicultural y en un mundo globalizado donde lo menos importante es saber quién soy, de dónde vengo, qué quiero, hacia dónde voy, con quién me identifico,… lo que se desea en la actualidad es vivir aunque muchas veces sólo se sobreviva y siempre persiguiendo el adquirir bienes materiales a costa de lo sea. Saber sobre mi identidad ¿para qué? Muchos no tenemos en claro cuál es nuestra identidad y seguimos avanzando con nuestras vidas.
La Real Academia Española define a la identidad como el “conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás”
La identidad es una característica personal que aguarda, ciertos rasgos, a un determinado grupo social con la que se tiene cierta afinidad, a veces, satisfacción. Digo cierta afinidad porque si bien se comparten algunas particularidades como grupo no siempre, de forma individual, se piensa y se actúa igual que todos los miembros de la colectividad. Es decir, no todos los campesinos piensan y actúan igual, como tampoco lo es con los comerciantes, albañiles, curanderos, maestros,…
Como persona, de manera individual, se puede uno identificar a qué grupo pertenece a partir del reconociendo del origen de la familia y, que los padres pertenecen a un determinado grupo, a una comunidad y la cultura de un país. Por ejemplo, reconocerse que uno proviene de una familia indígena, que pertenece a un cierto grupo - cultura: como la náhuatl, tenek, pame u otro y, que además, por nacimiento uno es mexicano.
Siendo así parece muy fácil saber la identidad de cada persona y que esta es a partir del origen: del lugar donde nació y de la descendencia de los padres. Podría decirse que uno es indígena porque los padres son indígenas; pero esto no es tan literal, ya que tener una identidad no basta con saber y reconocer de dónde viene, dónde nació y quiénes son los padres; se requiere además convicción. La identidad, entonces, no es un simple sustantivo, es además un verbo, es dinámico y actuante. Es preciso considerar algunos otros aspectos sobre la vida de cada uno y poder llegar a conocer las similitudes y diferencias con respecto a los demás.
Tal vez esto ayude a clarificar un poco: hay personas, que por descendencia, son indígenas, pero no se sienten indígenas; sino todo lo contrario, la rechazan; hay gente que no es indígena y se asume como indígena porque trabajan con grupos indígenas y se involucran tanto con la etnia que se consideran parte de este grupo, aunque sean completamente ajenos por descendencia. Hay otro grupo, este no sabe cuál es su identidad porque no tienen descendencia indígena y, ser mestizos significa que no son de una raza pura; por lo tanto, es igual a no saber quién o quiénes son. Pero hay un grupo más, tal vez este sea más grande que los anteriores porque muchos caemos o pertenecemos a este. Su característica principal es que se sienten sin identidad, no saben, pero además ni les preocupa, ni siquiera se sienten inadaptados, tal vez sí excluidos y no hay nada o casi nada que los una; son más escurridizos, son más adaptativos. Los miembros, de esta última categoría, son más multiculturales, se adaptan rápidamente en cualquier lugar integrándose a sus habitantes.
La mayoría vivimos como el echarnos al río y dejar que este nos lleve donde quiera, o nos lance a la orilla o nos deje caer en un precipicio; no importa si nos arroja a la orilla o no. En este ejemplo se aplica el dicho que dice: “lo importante es vivir el hoy, el mañana no importa”.
La pregunta es ¿Se puede vivir así, sin identidad o tener muchas identidades?
Tratando de responder a la pregunta que si puede uno tener o pertenecer a distintas identidades diría que sí, de hecho es así como nos movemos, cada lugar donde se llega, siempre lo primero que se busca es ser parte del grupo, del nuevo lugar; aunque también es cierto que hay ciertos rasgos físicos, valores, actitudes, conocimientos, habilidades, creencias, etc., pertenecen a la cultura de la descendencia y esta particularidad jamás se pierde, aun negándola, más bien uno lo oculta por voluntad propia, pero sigue siendo quien es.
Muchas veces, la identidad que uno tiene o al que pertenece, no siempre es lo que uno desea y no se puede decir: “soy quien quiero ser”; cuando se tiene descendencia indígena es indígena aún sin el consentimiento de uno. Sentirse o no parte o integrante de la comunidad o cultura es también una cuestión de actitud personal; sin embargo, tener o conservar una identidad no es sólo un asunto personal, es además, un asunto social; incluso político. Pero, al parecer, no hay persona alguna, en los tiempos modernos, que tenga una sola identidad.
Hace rato mencioné que es muy difícil tocar el asunto de identidad, en los tiempos modernos, porque esta es un hilo cada vez más delgado debido globalización, movilización-migración que afecta en todo el mundo. Entonces ¿valdrá la pena seguir conservando la identidad de origen cuando ya no se vive en el lugar donde uno nació, donde están las raíces, donde está la identidad por descendencia o de origen?
Hablando de los grupos o culturas indígenas, que son, en apariencia los que tienen una identidad más marcada, más definida, más consolidada. Muchos de estos migran a las grandes ciudades o incluso en el extranjero, ¿pondrán conservar de manera limpia su identidad donde radican actualmente? En estos casos entran en juego muchas cosas, si no se adaptan de manera rápida a su nuevo hábitat: conocer, dominar y apropiarse de la nueva cultura, que parece prioritario hacerlo y de manera rápida, es además una condición sino no se quieren sentir excluidos, humillados, ignorados,… aunque esto, muchas veces, signifique rechazar su identidad de origen.
Aquí hago una reflexión a través de la siguiente pregunta ¿cómo se siente un hijo de cuyos padres son indígenas pero ahora viven en la ciudad y no se le enseñó la lengua indígena? Difícilmente este hijo podrá sentir o identificarse como indígena ya que nunca estuvo en contacto con la cultura de este grupo a la cual pertenecen sus padres.
Otro ejemplo sería de aquellos conciudadanos que viven en los Estados Unidos, podrán sentirse como mexicanos pero ya no están en México, se encuentran en un país distinto, extraño y con otra cultura, ¿serán estos los que no tienen patria, los excluidos, los de sin identidad? Los exiliados también se encuentran en este caso.
Muchos estudiosos, académicos o filósofos como Stuart Hall, Fernando Savater, Zygmunt Bauman, entre otros dicen que la época moderna, es un mundo de caos, por lo tanto no hay identidad, más bien andamos en busca de ello, como el buscar el paraíso prometido. Esto puede entenderse así, por la movilización que existe, es mejor no quedarse con una sólo identidad y menos en la que uno no se siente satisfecho o no está a gusto con ella. Por ejemplo hay muchos indígenas que reniegan de su origen porque no se sienten satisfechos, el ser indígena no les da seguridad, no les da certidumbre, satisfacción; luego entonces, no tendría caso obligarlos a sentir lo contrario ni tampoco hacer que retrocedan a sus orígenes. Por ello algunos pensadores dicen que es mejor tener varias identidades, es decir, adoptar la identidad de donde se vive o se llega a vivir. Tener como un guardarropa es lo ideal en la actualidad. Tendremos que pensar ahora que somos hombres del mundo.
Lo que tenemos en el país, como en el mundo, son distintos grupos que de alguna manera se identifican: como los gay, las lesbianas, los cholos, los punk, los nahuas, los tenek, los pobres, los ricos, los estudiantes, los campesinos, los albañiles, los artesanos, los profesores, los delincuentes, etc., pero dentro de estos hay otros subgrupos. Por lo tanto, pertenecer a un grupo determinado es también asumir ciertas conductas, seguir reglas de este grupo y, si no se está a gusto puede tomarse la decisión de salirse. Estos grupos, muchas veces, se vuelven antagónicos, grupos de choque: unos contra otros. Parece ser que nadie está satisfecho de lo que es, de lo que tiene, de donde vive,…pero tal vez esto es lo que precisamente los une, lo que se tiene en común: la insatisfacción.
La identidad es una cuestión social y política. Social porque es un resultado que se da desde las relaciones humanas y, política porque el estado, con toda la estructura que tiene y a través de la educación, de los medios de comunicación, de la economía,… nos da cierta identidad: cómo pensar, cómo actuar, cómo vivir,… aunque no sea precisamente el de ser mexicanos.
El estado ha perdido credibilidad, ya casi nadie cree en él, no tiene la capacidad de proporcionar la satisfacción mínima necesaria para sentirse complacidos. Incluso, el estado se siente abandonado, tanto así que ataca a cualquier individuo, grupo, comunidad o pueblo que lo considere como enemigo, un peligro para la nación, una nación que no es de todos, una nación que es sólo de aquellos que están satisfechos. Los movimientos en su contra no son menos que su propio resultado.
Lo que puedo concluir entonces es que en realidad la identidad se forma, se forja, se construye, se asume de manera voluntaria más que por una cuestión de origen o de imposición, y esta se va logrando a partir de donde uno vive; aunque a veces no precisamente sea del agrado. Si un indígena no quiere pertenecer a su cultura, a su grupo de origen jamás lo hará por la fuerza. La identidad es orgullo, es placer, es satisfacción, es identificación, es aprecio, es amor.
Si México es un país multicultural, multiétnico, plurilingüe y con mucha movilización, muchos migrantes. Tal vez por ello conviene hablar de un proyecto como un país intercultural. Hablar de interculturalidad es reconocer que existen varias culturas en relación en un determinado espacio, esto es algo, como ya lo mencioné, inevitable ya que hay tanta movilización de individuos. Pero la interculturalidad se entiende no como un simple reconocimiento de la existencia de varias culturas en un determinado espacio, consiste en aceptar que deben existir y convivir en un marco de respeto, de equidad y de igualdad.
Aquí es donde me pregunto si esto será posible porque, como lo veo, todavía hay una gran lucha desde el mismo estado por no ser igualitario, ni equitativo con todas las culturas existentes en el país. Este parece ser que delega la responsabilidad a los ciudadanos, a los grupos, a los pueblos de hacer que se dé la interculturalidad mientras que el estado actúa en sentido contrario, lo que conlleva a un divorcio de la sociedad con el estado. El estado no actúa para formar una identidad de nación, de pueblo que significa compartir ideas, inquietudes comunes, sentir orgullo por ser mexicano,… Hacer esto sería formar a un enemigo interno mucho más poderoso que acabaría con el sistema actual.
Mucho de lo que se ha logrado legislar en defensa de las culturas, de las lenguas, de las tradiciones como una identidad de México, de los mexicanos, el estado no lo ha proporcionado de manera gratuita, se ha tenido que librar algunas batallas; incluso sangrientas.
Las batallas violentas que hoy vive México son precisamente a la falta de respeto, de un trato igualitario y justo entre los individuos, entre los grupos, entre las culturas. Por qué no entendemos que somos iguales, que nuestra identidad debe ser, en primer lugar: mexicanos. Y somos todos los que nacimos aquí; incluso los que no nacieron aquí pero viven en este país. Por qué no podemos pensar que como mexicanos somos responsables de lo que pase en México.
Sé que muchos de los mexicanos, en la actualidad, no nos sentimos orgullosos de serlo porque no estamos satisfechos de lo que está ocurriendo, por lo pronto no quisiéramos tener ese sello, esa identidad, esa identificación de la cultura; pero aún así, somos mexicanos.
La interculturalidad será posible sólo cuando aprendamos a vivir de manera armónica, reconociendo y respetando las diferencias individuales y colectivas: así podremos evitar luchas, confrontaciones y el deterioro de la sociedad.
Quiero pensar que somos como una naranja: la naranja, en su interior, la podemos ver que está formada en gajos y estos contienen la pulpa que son como pequeñas gotas en bolsas separadas, todo esto junto forma la naranja, la naranja como una sola unidad.
La reflexión se queda en: quién quiero ser, por qué quiero ser así, a dónde quiero ir y llegar. Reconociéndose sabremos con claridad nuestras potencialidades y nuestras deficiencias para trabajar en ellos y ser hombres y mujeres más íntegros.
Mi experiencia personal es: me reconozco como indígena, hablo mi lengua, me enorgullezco de ser náhuatl, jamás lo niego, lucho por preservar la cultura, la identidad que se refleja también en mis valores, me siento parte y actúo como tal, como miembro de mi grupo étnico. Además, sé que vivo en una cultura distinta pero no peleo con esta ni menosprecio la mía. Llevo en mí el sello de mi identidad; aunque precisamente no sea pura, pero yo la conservo a partir de una decisión propia. He entendido que nada me quita ser y sentirme indígena y que aprender de la otra cultura tampoco me hace superior; simplemente sé adaptarme en una y en la otra cultura pero siento más orgullo y más satisfacción en la mía: de mi origen, de mi descendencia y en mi propio contexto.
Todos los que vivimos en este país, solo por eso somos mexicanos, somos hermanos. Tenemos grandes posibilidades para ser un gran país con verdaderas y profundas raíces de nuestro pasado: en nuestro pasado encontraremos que hubo una forma de vivir y de pensar.
Vivir en armonía entre hombres en relación armónica con la naturaleza debe ser nuestra prioridad.